Me gusta pensar que las pequeñas historias son capaces de transmitir grandes ideas. Que incluso pueden provocar la acción en quienes las escuchan. Por eso, permítanme que, en esta ocasión, les cuente la historia de un buen amigo al que, un día, le cambio la vida.
Verán. Mi amigo se dedicaba al comercio hortofrutícola en España, un sector en el que mantuvo a flote su negocio durante la crisis, no sin sufrir lo suyo. Era otro emprendedor más tratando de sobrevivir en un mercado agotado. O lo que es lo mismo, un pez pequeño sumergido en las procelosas aguas de un océano rojo, plagado de competidores.
Un buen día, mi amigo, imagino que cansado ya de tanto nadar a contracorriente, tomó una decisión importante: internacionalizar su empresa. Supuso que, con este movimiento estratégico, abriría la ventana de oportunidades que tanto esperaba para oxigenar su negocio. Y de paso, tener él también un respiro. Pero él, que es muy listo, nunca pensó que sacar sus productos al exterior fuera una tarea sobre la que no hay antes que pensar.
Había oído, como todos, aquellas historias que contaban los empresarios de antes. Que aseguraban que, con arrojo y un sobrino que tuviera idiomas, cualquier empresa podía triunfar allende los mares. Sin embargo, mi colega, que es un hombre de su tiempo, sabía que la revolución digital había cambiado el mundo. Que la realidad actual es compleja, que está llena de incertidumbres. Y que, como dice el escritor Alvin Toffler, famoso por sus disertaciones sobre la revolución digital, “en el siglo XXI, los analfabetos serán (lo son ya, de hecho) aquellos que no saben aprender, desaprender y volver a aprender de nuevo”.
Por eso, lo primero que hizo fue prepararse para dar el salto. Contra la tentación de improvisar, estudió sus productos, los posibles mercados y la mejor forma de entrar en ellos. No buscaba sólo exportar, sino internacionalizar con cabeza. Eso implicó también la necesidad de crear una estrategia de comunicación internacional, que sirviera para generar la nueva marca y también para comunicarla. Después buscó financiación y socios para crecer fuera, invirtiendo en talento y recursos. Digitalizar fue condición fundamental.
Y con todo el trabajo hecho desembarcó en Dubái, la ciudad que más ha crecido en la última década y uno de los epicentros del desarrollo económico mundial por múltiples motivos, entre ellos la seguridad que ofrece al inversor, los tratados de libre comercio y circulación que facilitan la acción y un mercado de consumidores exigentes pero ricos. Allí, como mi amigo decía, “se va a darlo todo, a competir contra el mundo”.
Así lo hizo. Apostó por la internacionalización, creció y compitió. Pero no en un mercado maduro como el europeo, con más de 160.000 leyes regulando la compra-venta, a pesar de que la Comisión Europea tenga en el horno su estrategia para unificar el mercado digital. Mi amigo comenzó a hacer negocios en un gran océano azul lleno de peces grandes y pequeños, pero también de oportunidades que no se permitió desaprovechar. Al cabo de unos años me contaba, todavía con cierta sorpresa, cómo le había cambiado la vida gracias a su decisión. “Cuando mi negocio estaba en España, luchábamos por sobrevivir. Una vez fuera –sonreía– nuestra pelea diaria es para no morir de crecimiento”.
Esta es la historia de la pequeña empresa de un amigo. Tuve la oportunidad de contarla en el ‘Foro #actitudsage. Conquista nuevos mercados para crecer’, que Sage organiza conjuntamente con la CEOE y que estuvo dedicado a la internacionalización. Pero, en realidad, podría haber sido la de cualquiera de los 150.000 emprendedores españoles que han apostado por llevar fuera su empresa durante el último año, según datos del Instituto Español de Comercio Exterior.
Dice Juan Rosell, presidente de CEOE, que sólo en México han desembarcado ya unas 5.000. Pero también lo han hecho en otros lugares del globo, como Colombia, Perú o Emiratos Árabes Unidos. De todas ellas hablaremos en el encuentro mundial de internacionalización para pymes Sage Summit 2015. Bridge to America, que se celebrará del 27 al 30 de julio en Nueva Orleans.
Todas estas compañías han salido decididas a triunfar. Y pronto serán muchas más, a juzgar por los datos del Sage Business Index 2014, que constatan la gran confianza de la empresa española en la economía global. Llevan contactos y un plan estratégico. Quieren crecer y posicionarse fuera a largo plazo. Porque, como resumió con acierto José Luis Martín, CEO de BusinessGoON, en este foro de Sage, “si una compañía decide internacionalizarse, debe irse para quedarse”.
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