Hace escasas jornadas se celebró el III Encuentro de Inteligencia Artificial organizado por AMETIC, un encuentro importante por la asistencia de un buen plantel de expertos y representantes de los principales agentes del sector tecnológico en España, empresas, instituciones y Gobierno. Las condiciones del momento que vivimos, las necesidades para dar el salto definitivo en el desarrollo de la IA en España y los objetivos que se pretenden alcanzar con esta tecnología quedaron perfectamente establecidos. El gran «pero» es que el contenido nos suena a todos demasiado familiar. Llevamos años explicándonos a nosotros mismos que nuestro país llega tarde a la adopción y extensión de la inteligencia artificial en las administraciones y las empresas; que vamos con retraso en la formación y capacitación de la fuerza laboral, orientada a esquemas productivos donde los seres humanos y la tecnología se complementen para incrementar la competitividad y el empleo en nuestra economía; o que las deficiencias en la transmisión de conocimiento desde la investigación hasta el tejido industrial permanecen intactas, sin solución aparente.
Consenso en el diagnóstico, estancamiento en las soluciones
Existe quorum en el análisis sobre la posición que ocupa España en el espacio europeo y global respecto a la competitividad económica y el grado de adopción tecnológica. Los datos concretos los ofrecen estudios como el Índice de Competitividad por el Talento Global (GTCI) de Adecco, Insead y Google, presentado en Davos a comienzos de este año: en 2020 España ocupa el puesto 32 de 132 países incluidos en el informe. La conclusión general en lo que a IA respecta es que «falta músculo». Aunque se han producido avances, resultan a todas luces insuficientes. No se ha logrado extender la transformación digital al tejido productivo —con la notable excepción de algunas grandes compañías, que a menudo funcionan casi como islas tecnológicas—, compuesto fundamentalmente por pequeñas y medianas empresas.
Como hemos repetido hasta la saciedad y es de sobra conocido, son estas organizaciones las que sostienen el grueso de la empleabilidad y la producción en España. Sin embargo, la realidad es que una parte tan importante de nuestra economía continúa estancada en un círculo vicioso que afecta a personas y organizaciones. El GTCI incidía en la necesaria «recapacitación de los trabajadores en todos los niveles» y subrayaba que la IA es ya «indispensable» para la sostenibilidad de la sociedad, en ámbitos tan críticos como la educación o la salud y tan fundamentales para alcanzar las grandes metas fijadas por la comunidad internacional, como los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU.
La pregunta es, si esto es así y todos los agentes concuerdan ¿qué está fallando? ¿Por qué persisten los mismos problemas? Pueden aducirse muchas razones y algunas se han puesto a menudo encima de la mesa: «carencias financieras», «escasez de incentivos para la retención o recuperación de talento», «falta de estrategia coordinada para el crecimiento y la internacionalización de las empresas españolas»… Las causas son por supuesto múltiples y complejas, pero se aprecia una falta de liderazgo endémico por parte de las administraciones públicas, con planes siempre pospuestos, anuncios de buenas intenciones y parálisis política. Se gastan energías preciosas en disputas que han marginado en el debate público la importancia de la competitividad de nuestro país, base del bienestar de todos. Son los gobiernos los que cuentan con los resortes legales, la capacidad financiera y la jerarquía suficiente para aunar las distintas propuestas en un plan general coordinado que de verdad se lleve a la práctica.
En el encuentro organizado por AMETIC, Carme Artigas, secretaria de Estado de Digitalización e Inteligencia Artificial, anunció que se presentará la Agenda Digital «a lo largo del verano», sin más especificaciones. Lo cierto es que la crisis de la pandemia ha agravado la urgente necesidad de impulsar la «reconstrucción digital» y vamos muy tarde, pero seguimos sin un calendario claro. La última referencia destacada fue La Estrategia española en I+D+I en Inteligencia Artificial que, como se ha apuntado ya en muchos sitios, ofrece un marco teórico muy genérico, pero no aborda cómo ni cuándo se hará o las dimensiones financieras de la estrategia. Mientras tanto, las instituciones europeas presionan para poner en marcha planes efectivos y proponen invertir entre 2021 y 2027 más de 100.000 millones de euros a través del programa Horizon Europe, con el objetivo de no quedarnos atrás en la carrera de la IA frente a China y EE.UU. Nos jugamos demasiado.
No hay recetas mágicas, solo educación, cooperación y visión a largo plazo
Nunca se insistirá lo suficiente, la educación es la base imprescindible sobre la que construir todo lo demás, pero nunca se hará realidad sin un liderazgo decidido. En modelos de colaboración de personas y máquinas, se impone una formación centrada en las tan mentadas soft skills: habilidades sociales, capacidad comunicativa, empatía, adaptabilidad, creatividad, trabajo con equipos diversos… por supuesto combinadas con la intensa promoción de las disciplinas STEM. Los datos revelan una brecha digital creciente entre los países que ya lideran la transformación tecnológica y todos los demás. Hay «escasez de talento en IA» y se distribuye de manera muy desigual entre sectores, industrias y países. España corre el riesgo de que los trenes dejen de pasar por su estación y que el coste social y económico sea duro e irremediable.
Junto a la formación continua, los expertos insisten en garantizar la transferencia del conocimiento proporcionado por la investigación básica desde el ámbito académico hacia la empresa, de manera que puedan comercializarse soluciones con repercusión económica directa. Entre los remedios se proponen ambiciosos programas de financiación con dinero público —como en otros países líderes—, capaces de proporcionar aliento a las pequeñas compañías y permitirles despegar, reuniendo capital tecnológico suficiente y dando el salto internacional con la prestación de servicios en cualquier parte del mundo, pero radicadas aquí, en España.
La falta de iniciativa en el sector público local se palía solo en parte con distintas iniciativas comunitarias como son La Confederación de Laboratorios para la Investigación en Inteligencia Artificial en Europa (CLAIRE) o el Laboratorio Europeo de Aprendizaje y Sistemas Inteligentes (ELLIS) que, en línea con el modelo europeo —más atento a los aspectos éticos y regulatorios—, ponen el acento en el desarrollo de la IA con perspectivas éticas, normativas, tecnológicas, económicas y sociales.
Un modelo diferencial frente al de otras latitudes que, lejos de suponer un obstáculo, implica ventajas, siempre con las miras puestas en la repercusión benéfica del desarrollo económico y tecnológico sobre el bienestar, la seguridad y la libertad de las personas. Sería deseable que estas loables iniciativas federales obtuvieran un respaldo organizado, constante y generalizado de las autoridades españolas, con el fin de posicionar a nuestro país y favorecer la convergencia a nivel europeo.
En otro lugar se ha escrito acerca de la «falta de discurso sobre la IA» y sobre sus posibilidades en cuanto al empleo, una visión que dé sentido, aúne voluntades y canalice la acción. Es un apunte interesante, que conecta de nuevo con el déficit de liderazgo y que puede explicar en parte la falta de iniciativas prácticas. El miedo y la incertidumbre son potentes bloqueantes. La IA funciona como la nueva tierra prometida de este siglo, capaz de resolver problemas que ahora nos parecen insalvables, pero al mismo tiempo genera temor por sus posibles efectos colaterales en la sociedad y el empleo. La falta de una narrativa explicativa en tono positivo —que no ingenuo— contribuye a la parálisis mientras el tiempo corre y en otros países se hacen los deberes.
El necesario discurso puede acompañarse con las aplicaciones de la IA en las ciudades —Bilbao es un ejemplo de iniciativa en este ámbito—, señaladas como oportunos laboratorios en los que probar, corregir y volver a implementar en una escala abarcable y más controlada. Tierras prometidas al margen, la IA y la gestión inteligente de datos pueden ser realmente un motor de desarrollo local que repercuta positivamente en el empleo —insisto, no por arte de magia, sino por un plan de formación y conversión a largo plazo—, pero necesita cierta dosis de valentía y un liderazgo claro. Es ahora o nunca.
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