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Innovación sostenible y digitalización: la respuesta para mantener nuestro bienestar y proteger el planeta

El pasado mes de agosto tuvo lugar un acuerdo entre decenas de líderes empresariales de todo el mundo que contó con el apoyo de organismos internacionales como UNICEF, la Cámara de Comercio Internacional (ICC), la Comisión Económica para Europa de las Naciones Unidas (UNECE) o la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OECD), además de otros líderes globales. Estos empresarios, que representan a más de quinientos mil trabajadores de sus organizaciones y reúnen más de un billón de dólares en ingresos anuales, se comprometieron en una carta abierta para reconstruir nuestro sistema económico en un sentido distinto.

Se trata de una iniciativa impulsada por Leaders On Purpose y The Fourth Sector Group en torno a la idea del llamado «Cuarto Sector», entendido como el espacio de colaboración y encuentro de gobiernos, empresas y ONG alrededor de modelos de negocio orientados a lograr beneficios sociales y ambientales que sean económicamente rentables

La iniciativa es importante porque ejemplifica un consenso que se ha ido construyendo en los últimos años y que la pandemia mundial ha fortalecido: nuestro sistema económico, en los mismos términos que ha funcionado hasta ahora, es insostenible. Si queremos aunar el crecimiento económico con el equilibrio en nuestro planeta y el bienestar de las generaciones futuras, debemos avanzar hacia otro modelo, uno que sitúe en el centro de toda estrategia la sostenibilidad y el beneficio de todos, en un sentido sistémico. Es también una resolución interesante, la de estos líderes empresariales, porque apela al compromiso de todos los agentes sociales y porque el modo de poner en práctica esta reorientación de nuestra economía no es otro que la innovación sostenible

La innovación sostenible y la ideología solucionista

La innovación sostenible, que está en boca de todos, no tiene tanto misterio. «Innovar», la palabra mágica, no supone otra cosa que generar valor a través de novedades de todo tipo: en ideas, servicios, productos, metodologías y procesos. La «innovación sostenible» se refiere a las novedades impulsadas fundamentalmente por la tecnología —aunque no solo— que buscan un impacto positivo en la sociedad o el medio y que además son económicamente rentables.

El hecho de que la innovación sostenible sea hasta la fecha la alternativa más efectiva y viable que conocemos para cambiar lo que está mal en nuestra economía es fuente de su principal fortaleza y de su mayor debilidad. Si este tipo de innovación se convierte en la panacea o en un mero pretexto para tranquilizar temporalmente nuestras conciencias, estaremos errando. Cuando hablamos de innovación sostenible, en este sentido negativo, reforzamos una derivada de la llamada ideología «solucionista», es decir, la creencia de que cualquier problema que se presente podrá ser resuelto mediante computación y novedades tecnológicas.

La sensación o idea de progreso en un sentido lineal y casi inevitable es al menos tan antigua como la Ilustración del siglo XVIII. Hoy, pese a la irrupción del pensamiento posmoderno y la crítica de las grandes narrativas, persiste fuerte y sano el discurso del solucionismo tecnológico. En este sentido es recomendable la lectura de James Bridle, La nueva edad oscura. La tecnología y el fin del futuro. Pese a su título, está lejos de ser un relato pesimista. Propone cobrar conciencia sobre lo que está funcionando mal respecto a la tecnología y la computación, plantea retomar el control evitando viejos mitos renovados, no como una suerte de nuevo ludismo, sino precisamente como una asunción realista y responsable de la realidad mediada por la tecnología.

Una de las muchas ideas interesantes expuestas por Bridle es la «Ley de Eroom», una inversión de la Ley de Moore que predecía la duplicación anual de la complejidad de los circuitos integrados, de modo que diese lugar a computadoras y tecnologías cada vez más avanzadas. Lo cierto es que en 2015 el propio Gordon Moore advirtió que esa tasa de crecimiento alcanzaría la saturación en esta década —la que arranca en 2020—, un estancamiento tecnológico que solo podrá resolverse con una «nueva tecnología», con una innovación verdaderamente disruptiva. 

La ley de Eroom señala cómo la industria farmacéutica, por cada 1.000 millones de dólares gastados, reduce a la mitad, cada 9 años, su capacidad de crear nuevos medicamentos efectivos. Otros síntomas nos alertan de que nuestro sistema productivo y científico no está funcionando bien. La acumulación masiva de datos y de información no conlleva necesariamente mayor grado de conocimiento sino un aumento de la complejidad, y hasta el momento estamos siendo incapaces de controlarla. Esta realidad pone en entredicho el mismo modo en que investigamos y proponemos supuestas innovaciones. 

Toda esta digresión sobre el solucionismo encerrado en la idea de «innovación sostenible» tiene valor por sí misma, en tanto en cuanto nos previene de discursos interesados que proponen soluciones mágicas, pero al mismo tiempo refuerza la idea de que una innovación sostenible, en su recto sentido, propone tener en cuenta el entorno, la otredad y por lo tanto se aviene mucho mejor con uno de los mayores problemas de nuestro tiempo que es el de cómo abordar la cuestión de la complejidad.

La sostenibilidad como nuevo contrato social. La digitalización como herramienta para hacerla realidad

Hechas las advertencias, lo más positivo de todo este asunto es que realmente existe una demanda social cada vez más potente para que las empresas y otros agentes no solo generen beneficios, sino que también mejoren social y económicamente las sociedades. Iniciativas como el hackathon de políticas públicas para el cuarto sector, organizado por The Fourth Sector Group, proponen el encuentro y el intercambio de ideas entre expertos e innovadores sociales de todas clases. Son el tipo de iniciativas que refuerzan la diversidad de ideas y por lo tanto están mejor pertrechadas para afrontar los retos de la complejidad. Si bien no garantizan soluciones efectivas, tenemos la seguridad de que es el menos malo de los métodos para hacer avanzar la innovación, sea en forma de hackathon o en cualquier otra forma de diálogo que implique diversidad y multidisciplinariedad.

Como señalan los economistas Duflo y Banerjee en Buena economía para tiempos difíciles, las décadas de crecimiento sostenido vividas entre mediados del siglo XIX y finales del XX, con tasas entre el 1,24 y el 2 %, son antes la excepción que la regla de la historia económica occidental. La normalidad es una tasa de crecimiento baja, en torno al 0,8 % como máximo, según algunos cálculos. La cuestión es cómo garantizar el crecimiento económico sosteniendo nuestro nivel de bienestar sin llevar al traste nuestro planeta. La ecuación no es tan sencilla. Todas las esperanzas están puestas en la «cuarta revolución industrial», basada principalmente en la inteligencia artificial. Estamos en una situación inmejorable para lograr esa innovación rupturista que nos permita el nuevo salto: un contexto de crisis que favorece los cambios, una población mundial mejor formada y más rica de media que nunca o un panorama de países que están haciendo bien las cosas y sumándose a la competitividad internacional… y sin embargo, ninguno de estos factores asegura que la disrupción tenga lugar, ni que la cuarta revolución industrial acontezca en los términos previstos.

La respuesta a estas incertidumbres no es otra que las pequeñas mejoras, la progresiva acumulación de cambios que abra nuevos caminos ignorados hasta la fecha. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) —solo quedan diez años para alcanzar la fecha propuesta como horizonte— son un magnífico estímulo para proponer cambios concretos y tangibles. Erradicar la pobreza, proteger el medioambiente y asegurar la prosperidad de todos son fines que las empresas están incorporando a sus objetivos empresariales, desde la misma concepción de las ideas hasta la venta de productos o servicios en el mercado. 

La idea rectora es la de sostenibilidad, entendida como el nuevo contrato social del siglo XXI, mientras que la digitalización es una de las herramientas más potentes para ayudar a que la transformación empresarial y social, alcanzar los ODS o las metas fijadas por la ONU en la Agenda 2030 sean realidades. Y no es solo una cuestión de conciencia y altruismo. Según Sustainable Brands, las compañías que no avanzan en innovación y desarrollo sostenible están perdiendo cuota de mercado. En España un 43 % de los clientes apuestan por marcas con propósito y compromiso social o medioambiental. En Reino Unido son ya el 53 % y en EE.UU el 78 %.

En nuestro país son las PYMES las llamadas a liderar el cambio a través de la innovación sostenible. Sirvan los ejemplos de la compañía de ropa sostenible Ternua o el cada vez mejor conocido como el “Ikea vasco” de la sostenibilidad, Muebles Lufe. Desde luego también es tarea de las grandes multinacionales, que cuentan con gran capacidad de arrastre para el conjunto del mercado y la industria. En el caso de Telefónica, su programa de Eficiencia Energética redujo entre 2010 y 2015 su gasto de energía equivalente al consumo anual de más de cuarenta mil hogares. La clave del nuevo esquema es dar voz y participación a todos los stakeholders (empleados, proveedores, startups y universidades) y potenciar las redes de colaboración en torno a las organizaciones para encontrar nuevas soluciones a los retos actuales. 

En el caso de SAGE, nuestro empeño se centra en impulsar la formación digital inclusiva con el fin de reducir la brecha digital. Nos apoyamos en fundaciones y ONG para conseguirlo. Resulta llamativo: distintos estudios manifiestan que los jóvenes entre los 12 y los 16 años no creen que su futuro tendrá algo que ver con la IA. Esto contrasta con el informe Future of Jobs, del Foro Económico Mundial, que afirma que en 2022 habrá unos 58 millones de puestos de trabajo relacionados con la IA. 

La fundación Future Makers de SAGE, con la participación de 50 profesionales voluntarios de la compañía, ha formado a más de 300 jóvenes en inteligencia artificial para aplicarla a proyectos relacionados con los ODS. Con otras organizaciones nuestros empleados han dedicado 31.000 horas de voluntariado a lo largo de 2019 para la enseñanza de jóvenes entre 13 y 17 años en riesgo de exclusión social. Se trata de que la digitalización llegue a todos, en todos los puntos geográficos, en cualquier tipo de organización y para cualquier persona con independencia de su situación social. SAGE ha impulsado otros proyectos de inserción laboral y promoción de las competencias digitales en colaboración con la Fundación Exit, Create, Fundabem, Altius, Ana Bella, Educo y Women in Mobile. 

Pero si a las empresas se les exige innovación y sostenibilidad, a la sociedad, a cada uno de nosotros como individuos, debemos exigirnos un comportamiento responsable y respetuoso para el conjunto. 

A las administraciones públicas se demandan normativas que garanticen el respeto al medio en asuntos tan importantes como el consumo, la movilidad, el mantenimiento y la construcción. Frente a la aparente inoperancia de los grandes organismos multilaterales y los gobiernos centrales, son las administraciones locales, las grandes ciudades y la economía del cuarto sector las que están liderando muchas propuestas efectivas en cuanto a innovación sostenible. 

En la construcción, frente a la fase de construcción expansiva e invasiva de las últimas décadas, se impone ahora la rehabilitación de viviendas e infraestructuras, con el fin de hacer uso más eficiente del espacio y la energía. En el caso de la producción de plástico y otros desechos, un caso gravísimo que está echando a perder la biodiversidad y la salud de nuestros mares, las grandes ciudades de todo el mundo están liderando la respuesta, con medidas de eliminación progresiva de las bolsas desechables y los plásticos de un solo uso o promoviendo programas de reducción de la basura generada diariamente. 

La conclusión es que no existen las grandes promesas, tampoco con la innovación sostenible, pero sí contamos con las herramientas necesarias y nos encontramos en la época más propicia para impulsar cambios que en otras circunstancias y por las inercias creadas resultarían más costosos. Debemos pensar en la innovación sostenible no como una única y gran transformación, sino como el sendero que iremos desbrozando juntos, paulatinamente y que nos hará llegar a la siguiente curva. Que tras ella aparezca o no un nuevo “El Dorado” no depende de nosotros y no deberíamos gastar demasiadas energías en pensarlo. Los retos actuales son mucho más tangibles y acuciantes.

Una versión resumida de este artículo ha sido publicada previamente en la revista Influencers.

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