Una vez finalizamos nuestro ciclo de vida académica y entramos en el mundo laboral, tendemos a olvidar lo que es adquirir continuamente conocimientos y nos asentamos en una rutina de la que es complicado deshacerse. Pero, ¿es conveniente para las empresas dejar que sus trabajadores se instalen en un hábito profesional?
Maslow, psicólogo humanista, estaba convencido de que los seres humanos tenemos deseos innatos de desarrollarnos personalmente cuando hemos cubierto una serie de necesidades básicas y nos encontramos en un ambiente propicio. Pues bien, esta idea puede extrapolarse al ámbito profesional, tanto para los trabajadores como para las empresas, ya que las acciones de unos repercuten sobre los otros. Una vez que la empresa funciona en su nivel más básico, es el momento de dar un paso más y alcanzar la excelencia a través de continuas innovaciones, en lugar de estancarse en lo que más o menos funciona.
Ahora mismo nos encontramos en una época de constantes cambios en la que la tecnología ha tenido un papel principal. Esto repercute en la manera en la que percibimos la sociedad, en la que experimentamos nuestra vida diaria y en el estado de la economía. Con este horizonte, es inviable caer en un inmovilismo empresarial, resulta imperiosa la necesidad de adaptarse y de reinventarse constantemente. Solo así los trabajadores pueden estar motivados para cumplir no únicamente sus metas personales, sino las de la empresa. Por ello, la única solución reside en la formación continua: los trabajadores desarrollan su potencial, se mantienen relevantes, aumentan su fortaleza frente a los competidores y esto contribuye a una mayor competitividad de la empresa en el mercado.
Para definir bien un plan de formación, es importante que la empresa sepa identificar en qué punto se encuentra y dónde quiere estar en el futuro, con el objetivo de detallar lo que tiene y lo que le podría faltar para llegar a su meta. De esta manera, puede determinar las carencias y diseñar un plan estratégico de acuerdo al diagnóstico de las necesidades de su capital humano. Además, resulta indispensable la escucha de las demandas por parte de este capital humano, ya que el trabajador sabe qué contenidos pueden resultar de utilidad y redundará en su motivación al saber que la empresa está teniendo en cuenta sus preferencias. En función de la demanda, habrá que decidir los contenidos específicos, la modalidad impartida, su duración y, por supuesto, el coste económico.
Cierto es que en la actualidad las bajas subvenciones y los recortes existentes en las políticas públicas junto con la tendencia hacia cursos generalistas y de baja calidad no contribuyen de manera eficaz al desarrollo buscado. Por ello, se debería incorporar en los presupuestos una partida mayor destinada a la formación. Una formación que estuviera más especializada, que incorporase aspectos de investigación e innovación para lograr estar constantemente actualizados, que ayudase a transmitir los valores y misión de la empresa para potenciar la identificación con ella y que contribuyese a la gestión organizativa para una mayor productividad.
Para los trabajadores, el hecho de recibir formación contribuye a la consecución de los objetivos inherentes a la función que se les ha asignado, les proporciona herramientas útiles para desempeñar su trabajo y adaptarse a los nuevos sistemas de producción y, además, les hace más competitivos porque se potencia su talento. Como he dicho previamente, la idea de la formación es importante y necesaria, pero en ningún momento va a resultar de utilidad si no está bien orientada hacia los receptores. Con esto me refiero a que, en ocasiones, las empresas proporcionan a sus empleados un amplio rango de cursos de formación que no sirven al objetivo principal de estos, es decir, se ofrecen por ofrecer sin que la temática y la modalidad estén en ningún momento adaptadas ni al fin de la empresa, ni al enriquecimiento de las aptitudes de los trabajadores. Esto es un despilfarro de dinero y de tiempo.
Los planes de formación requieren una verdadera estrategia e implementación integrada en la perspectiva empresarial. La formación tiene que aportar valor agregado y, para ello, la comunicación empleado-empresa es vital. Los trabajadores tienen que informar sobre las carencias que detectan a la hora de abordar sus tareas y es ahí donde la empresa debería dar una respuesta a medida. La persona que imparte la formación tiene que ser, además, un profesional experimentado en el ámbito de lo que va a impartir, que no solo aporte un enfoque teórico, sino también práctico; y que promueva la promoción profesional ante la evolución constante del mercado.
En definitiva, para que una empresa y sus trabajadores estén alineados con los cambios tecnológicos, productivos, sociales y económicos, la formación en el seno de la empresa es un aspecto imprescindible que debería estar incluido en los planes de acción. Esta atañe beneficios para ambas partes: los trabajadores ven que pueden aumentar sus habilidades para adaptarse a los objetivos de la empresa, incrementando de esta forma su motivación y, por ende, su productividad. Por otra parte, la empresa cuenta, de esta forma, con trabajadores más cualificados que se identifican con la misión establecida y que están preparados para afrontar los cambios que atraviesan los nuevos sistemas de producción.
1 Comentario
Luis, esta claro que la educacion y formacion después de unos estudios que te preparan para la vida laboral son esenciales. Pero como bien dices, no vale cualquier curso o formación que no aporte nada al empleado y a la empresa que lo proporciona.En mi vida laboral he tenido 100 (sin exagerar 98) de los cuales válidos 10. Es cierto que es una estrategia, valorar cuales y en que espacio de tiempo, (a lo largo del año hay espacios con menos cargas de trabajo), es importante para que sean productivos.
JM