Las emociones humanas, las pasiones, están recuperando su papel protagonista después de algunos años centrados en la capacidad de cálculo, aprendizaje y razonamiento de los robots.
Parecía increíble pero ahora es cierto. DeepMind, la división de inteligencia artificial de Google, ha conseguido diseñar un programa, el AlphaZero, capaz de aprender a jugar al ajedrez, a la versión japonesa del ajedrez (llamada shogi) y al Go. No eran juegos para autómatas rudimentarios. Y lo más asombroso es que ya existen softwares que, gracias a su capacidad de análisis de millones de movimientos y estrategias posibles, han vencido a campeones humanos por goleada. El ejemplo más obvio fue el 4-1 con el que AlphaGo derrotó al maestro del Go, Lee Sedol, en 2016.
Esas noticias hacen presagiar, para muchos, que la inteligencia artificial podría ser superior a la humana algún día. Es una forma de verlo que han avalado algunos estudios sobre el futuro del empleo, y las cifras resultaban escalofriantes. Se espera, por ejemplo, que desaparezcan casi un millón y medio de puestos de trabajo en Estados Unidos a manos de la automatización de aquí a 2026 según Boston Consulting y el Foro Económico Mundial. Un estudio reciente de la OCDE habla de 210 millones puestos de trabajo en 32 países con una probabilidad mayor de automatizarse que de no automatizarse.

La idea de que la inteligencia artificial va a superar a la humana parte de la errónea creencia de que nuestros cerebros son meras máquinas de razonar. Este es un error antiguo. El gran psicólogo de Harvard, Howard Gardner, lleva décadas demostrando que hay muchas más inteligencias que la lógico-matemática o la lingüística. Tendemos a confundir la inteligencia humana con el coeficiente intelectual, que es el equivalente psicológico a confundir las ramas con el bosque. Por otro lado, Daniel Goleman ya popularizó en 1995 todo el poder de la inteligencia emocional. Sabemos desde hace mucho que la empatía, la comprensión de las necesidades y pasiones propias y ajenas, es uno de los elementos sin los que apenas podríamos considerar inteligente a una persona.
Las emociones siempre han sido uno de los ejes del cerebro humano y esta verdad tan sencilla, que habíamos olvidado un poco, ha vuelto afortunadamente al centro de la escena de la mano de los gigantes de la digitalización. Al fin y al cabo, la inmensa mayoría de nuestras decisiones de consumo e inversión vienen más motivadas por la intuición y el apetito del momento que por sesudos cuadros de Excel. Por eso, las grandes tecnológicas están tan volcadas en el desarrollo de los programas que sepan identificar y reconocer nuestras emociones a través de los gestos de nuestras caras. El mercado para este tipo de programas informáticos podría despegar, con cifras de crecimiento enormes, hasta un 35 % en los próximos seis años. Estamos hablando de un sector cuyo valor ronda ya, según algunas estimaciones, los 20.000 millones de dólares.
No deja de ser cierto que a los programas informáticos les queda mucho por hacer para “empatizar” con los humanos. Antes de hablar de sus resultados, merece la pena recordar que estos softwares tienen, principalmente, dos elementos: la visión computarizada, que es la que identifica las expresiones faciales, y los algoritmos de machine learning, que son los que las interpretan. Estos algoritmos “se entrenan” para reconocer y asociar con emociones gestos faciales que han visto antes miles de veces. La idea es que si relacionan la tensión de la mandíbula y el ceño fruncido con “enfado”, porque así ha ocurrido en miles de experiencias anteriores, asumirán que, cuando nosotros tensemos la mandíbula y frunzamos el ceño, es que estamos enfadados.
Decíamos antes que queda mucho por hacer, y es cierto. Un estudio muy exhaustivo y reciente revela que los softwares de reconocimiento emocional se están encontrando con graves problemas para saber lo que expresan nuestras caras. Lo curioso y divertido es que nuestros gestos son tan distintos y variados que las sofisticadísimas máquinas se hacen un lío. Por no hablar de cuando empleamos el sentido del humor o la ironía. Si ya existen malentendidos entre humanos, la confusión entre los robots y nosotros parece que es incluso mayor. De momento, la inteligencia artificial suspende en inteligencia emocional aunque sea muy capaz de darnos “una paliza” al ajedrez.
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