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Digitivación, la palanca para la reactivación y el crecimiento económico

El pasado mes de julio fue presentada finalmente la Agenda Digital 2025, una iniciativa insistentemente reclamada por el sector productivo y tecnológico de nuestro país. La urgencia estaba motivada por la necesidad de contar con un plan estratégico claro de parte de las administraciones públicas, capaz de aportar un mínimo de certidumbre que facilitara las previsiones y la actividad de todo tipo de empresas. La apuesta por la digitalización de nuestro país ha sido claramente avalada por Pedro Sánchez, presidente del gobierno, en la presentación este miércoles del plan de recuperación, transformación y resilencia de la economía española para el bienio 2021-2023. Este plan confirma que el gobierno quiere destinar un tercio de los recursos económicos del estado a la transición digital de nuestro país.

Cada uno de los objetivos establecidos en la Agenda se hace certero eco del consenso generado en los últimos tiempos: la necesidad de extender la conectividad al 100% de la población, acabando con la brecha digital entre urbes y pueblos; continuar impulsando la expansión de las redes 5G como infraestructura clave; incrementar nuestros recursos en ciberseguridad; o aspectos en los que en distintos foros hemos hecho especial hincapié, como la importancia clave de reforzar las competencias digitales de los trabajadores, impulsar la digitalización —especialmente de las micropymes y startups— o favorecer la transición hacia la economía del dato.

También es cierto que estos ejes estratégicos no serían otra cosa que un brindis al sol sin la debida financiación. Tal y como se contempla en la Agenda, para el periodo 2020-2022 se prevén inversiones público-privadas por valor de 70 mil millones de €, de los que unos 15 mil millones llegarían desde el Plan de Recuperación Next Generation EU. No es menos cierto que mientras escribimos estas líneas Madrid y otros importantes municipios afrontan restricciones a la movilidad, reducción de horarios y otras medidas extraordinarias, todo para afrontar una pandemia cuyos efectos se extienden en el tiempo mucho más de lo que inicialmente podíamos imaginar. Son demasiados los sectores productivos al borde de la quiebra, hay muchos agujeros que tapar, muchas industrias y servicios que mantener y están requiriendo un esfuerzo financiero inédito. En las últimas horas el Gobierno se ha visto obligado a corregir previsiones y anuncia un déficit de hasta el 11,3% del PIB, así como una aprobación del techo de gasto del 53,7%. La propia Carme Artigas, secretaria de Estado de Digitalización e Inteligencia Artificial, reconocía en una entrevista que el fondo de recuperación europeo será determinante para contar con los recursos adecuados que impulsen la digitalización.

Señales de alerta: España tiene mucho que mejorar en competitividad digital

Confirmado el esfuerzo presupuestario previsto para la transformación digital, y aunque el lanzamiento de la Agenda Digital es una buena noticia, lo cierto es que hay algunos indicadores que nos siguen alertando. En un reciente ranking publicado por la escuela de negocios IMD, una de las más reconocidas del mundo, España cae cinco puestos en competitividad digital, del puesto 28 al 33, de un total de 63 países. Algunos viejos conocidos ayudan a explicar este retroceso. Según el ranking, el grado de adaptación individual a la tecnología, la agilidad empresarial o la integración de las tecnologías de la información en la sociedad, así como la formación de los empleados son déficits de nuestro país que han motivado el descenso en la clasificación.

Es interesante comprender en qué destacan los países que lideran el ranking, Estados Unidos, Singapur, Dinamarca, Suecia y Hong Kong. Sus virtudes comunes son: el uso eficiente del talento digital, disponer de infraestructuras tecnológicas adecuadas, la existencia de marcos regulatorios efectivos o alta velocidad en la adopción de nuevas tecnologías.

Un marco regulatorio claro y estable es desde luego imprescindible, del mismo modo que una intensa y eficiente financiación, pero se trata de condiciones previas. Son las mentes, las manos y los brazos de las empresas las que harán realidad o fracasarán en el reto de la transformación digital. En este sentido la falta de agilidad empresarial o el déficit de formación de los empleados son aspectos muy elocuentes de nuestro sistema. De manera repentina y forzada la pandemia del Covid-19 ha provocado una dependencia total de la tecnología digital. Miles de negocios cuentan ahora con un único pie de apoyo, y el suelo que lo sostiene es digital. Pese a todo, y aunque suene a tópico, las oportunidades son claras. Contamos con la infraestructura necesaria —hemos sido líderes europeos en despliegue de fibra, y vamos en la buena dirección con el 5G—. La extensión de la red móvil de quinta generación nos asegura las mejores posibilidades para incrementar la productividad: 10GBps de capacidad de descarga, reducción al mínimo de la latencia —podrá ofrecer, por ejemplo, resultados óptimos en el ámbito de la logística, el transporte y la ordenación de la circulación—, y soportará además toda clase de nuevos servicios a través del internet de las cosas. Con este grado de conectividad, potencialmente cualquier proceso productivo o servicio ganará en eficiencia y eficacia, desde intervenciones quirúrgicas al cultivo y recogida de la cosecha. Todas las posibilidades se abren con el despliegue de la nueva tecnología. Es el momento de que los emprendedores y profesionales sepan construir respuestas concretas en sus respectivos sectores, atendiendo a los requisitos de negocio y las demandas de los clientes. La potencialidad está ahí, al alcance de la mano.

Una «digitivación» que aborde la reactivación económica sostenible en todos los ámbitos

Con la idea de la «digitivación» —que pudimos enunciar recientemente en el 34 Encuentro de la Tecnología Digital y las Telecomunicaciones de AMETIC— se propone la reactivación económica a través de un ambicioso plan digital. Este debe afectar a todos los ámbitos de nuestro sistema socioeconómico, desde la capacitación de la fuerza laboral y de la ciudadanía en general, pasando por la reindustrialización, la innovación o la mejora de la administración pública hasta el tejido empresarial, armado sobre todo con PYMES que, no nos cansaremos de insistir, representan el 62% del PIB y el 66% del empleo en nuestro país. En este esquema, se propone una reconstrucción económica sostenible, entendida en términos holísticos, es decir, no solo la sostenibilidad evidente —y muy necesaria— del medio, sino la sostenibilidad de nuestro estado de bienestar, de las condiciones laborales, de la empleabilidad, del acceso en igualdad a la educación y a las posibilidades de desarrollo pleno de las personas. Todo esto que es tan importante tenemos la convicción de que solo se logrará a través de la digitalización. Las necesidades humanas no dejan de crecer, pero por otro lado tenemos un ecosistema de recursos escasos, con signos evidentes de agotamiento y riesgo de colapso. La digitivación será la gran palanca que nos permita relanzar nuestra economía, maximizar la eficiencia de nuestro sistema productivo y sostener el bienestar de las personas.

En los últimos meses y por desgracia, se ha hecho realidad lo que llevábamos advirtiendo desde hace algunos años y que aparentemente era solo teoría o, al menos, parecía muy lejano: las empresas que no pusieran en marcha planes serios de transformación digital se quedarían muy atrás, incapaces de competir o en serio riesgo de desaparecer en una mala coyuntura. Ese tiempo ha llegado. Para algunos es quizá demasiado tarde, pero afortunadamente existe también una reacción importante. Se trata de un cambio cultural que tenemos que asumir si queremos subsistir. También tendremos que hacer importantes sacrificios inversores con la vista puesta en el futuro, esto es, con planes de formación intensa de nuestros profesionales.

El momento de relanzar la competitividad de nuestras organizaciones es ahora. El tiempo de reconstruir e innovar pensando en el beneficio del conjunto es ya. Tenemos una responsabilidad generacional que no podemos ignorar.

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