Lo sabemos ya. La digitalización está alterando las estructuras económicas con una profundidad y velocidad de tal magnitud que afecta a todos los demás aspectos de la vida de las personas y a la configuración de nuestras sociedades. El resultado es una era de incertidumbre y ambivalencia. Apocalípticos e integrados —muchos analistas combinan ambas perspectivas— disputan y teorizan sobre el significado de estos cambios y los futuros posibles que podemos esperar en función de las decisiones que tomemos ahora. Ahondo en ello en un capítulo de mi libro Viaje al centro del humanismo digital.
Tres actitudes frente a la digitalización
Encontramos al menos tres tipos de respuestas frente a la digitalización:
- Un segmento social considerable, más dinámico, con acceso a educación de primer nivel, movilidad internacional y competencias tecnológicas adecuadas se está organizando, crea nuevas empresas, lidera las discusiones globales sobre lo que debe ser la transformación digital y en términos generales se muestra confiado y optimista respecto a las consecuencias de la revolución digital.
- Por otro lado, las tradicionales democracias liberales se encuentran en la encrucijada, desorientadas y superadas por el ritmo de los cambios, virtualmente desarmadas para regular y controlar la disrupción de poderosas compañías multinacionales que están copando los mercados y cuentan con los recursos suficientes para sortear jurisdicciones.
- Otros países, democracias iliberales o Estados autoritarios, se están replegando y tienen como faro a China, un gigante que iguala por momentos a EEUU en la carrera tecnológica con un modelo de capitalismo de Estado, internet jerarquizado y alto control sobre la actividad de sus ciudadanos. En medio de este panorama quedan millones de personas con alto riesgo de protagonizar el papel de «perdedores».
Las recetas para capear el temporal y estabilizar el timón son lo suficientemente variadas y ninguna puede tenerlas todas consigo. Sí coinciden plenamente en la demanda de respuestas por parte de las administraciones públicas. Unos piensan en el Estado como institución subsidiaria, facilitadora y reducida a la mínima expresión; otros en Estados fuertes con intensas barreras políticas y regulatorias; todos reclaman, en distinto grado, que el poder público ejerza el rol que le confiere su razón de ser: protección, políticas compensatorias, equilibrio y promoción de cierto nivel de orden y control.
¿Y qué ocurre en España?
Si fijamos la mirada en el contexto español encontramos un poder político empantanado en luchas partidistas que perpetúan el bloqueo y posponen sine die reformas urgentes. Son necesarias estrategias de Estado que promuevan un level playing field de mínimos, es decir, reglas claras, justas y armonizadas con Europa para el emprendimiento tecnológico, la reconversión de la fuerza laboral, la productividad y la convergencia con nuestros socios comerciales y nuestros competidores.
Aunque todos tenemos una noción bastante clara sobre la importancia de estas cuestiones para nuestro futuro y bienestar, arrastramos una especie de maldición que nos impide tratarlos con la dedicación, reflexión y profundidad que merece. El mal funcionamiento de nuestro sistema político es una de las primeras preocupaciones de la ciudadanía. Debería ser motor de las reformas y no su principal traba.
A pesar de todo, otras organizaciones públicas y transnacionales están tomando el relevo. Importantes iniciativas como el G20 Global Smart Cities Alliance convierten a ciudades como Los Ángeles, Copenhague, Singapur o Barcelona en laboratorios para ensayar nuevas tecnologías y normativas globales en un sentido responsable y ético, susceptibles de escalabilidad para emplearlas en todo tipo de urbes.
Las llamadas human-centered cities representan el enfoque ético, inclusivo y sostenible en la planificación de las smart cities. En contraste con el bloqueo sistemático de parte de la clase política y de las anquilosadas estructuras estatales, las ciudades —unidades más compactas y manejables que sin embargo concentran los grandes retos de la revolución tecnológica y la globalización—, en un esquema de intensa colaboración público-privada, pueden ser la vía para impulsar un humanismo digital de los ciudadanos. En palabras de Jeff Merritt, responsable de ciudades inteligentes del Foro Económico Mundial, «El futuro es que el servicio público sea más emprendedor». Los grupos políticos, las administraciones públicas deben promover «un equilibrio en el que todos ganan, un win-win».
Medidas concretas
Entre las medidas concretas, la hoja de ruta está bien definida y solo requiere de una ejecución efectiva:
- Medidas fiscales claras, simplificadas y justas para el conjunto del sector digital resultan imprescindibles.
- Respecto al empleo y la educación, urge alinear el ámbito formativo y el profesional. Miles de puestos de trabajo quedan desatendidos por falta de empleados cualificados en competencias digitales y nuestro país acusa un déficit de centros tecnológicos de referencia en la enseñanza FP. La extensión de la enseñanza de programación y pensamiento computacional en la educación primaria y secundaria sigue siendo también una tarea pendiente.
- En cuanto a la ciberseguridad, la armonización con el marco normativo europeo y la promoción de altos niveles de protección —sin dificultar la innovación— son importantes tareas de las administraciones públicas.
- Otro aspecto clave lo componen los planes para apoyar el I+D+i en el largo plazo. Los programas de bonificación fiscal, la alineación con los programas europeos y la creación de alternativas público-privadas para atraer inversiones son el mejor camino.
- Por último, la digitalización de los sistemas de las administraciones públicas, orientada hacia la unidad de mercado, la eliminación de trabas o duplicidades, el fomento de la inclusión y la transparencia o de la seguridad y la privacidad de los ciudadanos, con especial atención a la digitalización en la sanidad y la justicia, no deberían posponerse más.
Asistimos a un periodo liminar en el que el desarrollo tecnológico nos obliga a tomar decisiones en todos los ámbitos, desde el más íntimo y personal, cuando integramos un nuevo dispositivo en nuestro día a día, hasta la esfera política, donde nos jugamos nuestro futuro como sociedad. El humanismo digital no es un eslogan, sino una idea y una perspectiva que en último término siempre apela a la responsabilidad individual, de cada uno de nosotros, y al imperativo de colocar al ser humano en el centro de todas las variables.
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